Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
14 de agosto, 2010
Hay varias leyendas. Una se refiere a un muchacho telegrafista en Chi8huahua, entre los hombres adictos a Pancho Villa; otra alude a un pasajero por las aulas de San Ildefonso, en la vieja Universidad y cuenta de su ira por el asesinato de Germán del Campo; una más habla de un andariego irremediable por las calles de la vieja ciudad de México y no falta la de quien hizo en siete días un viaje de Nogales a Tlanepantla en vagón sin vidrieras y expuesto a balazos de rebeldes trashumantes. Una más: el residente de París, amigo de André Breton y Benjamín Peret, dueño de secretos indios y comedor de vidrios; otra, por si faltara, la del periodista solitario alojado en casa ruinosa, y debe olvidarse la del poeta renegado. Vivió la invasión de Hitler en París, lo despertaron los bombardeos nazis sobre Amsterdam; Victoriano Huerta bebió tequila en su presencia, junto a un mostrador de tienda por la colonia Santa María; Álvaro Obregón tomó café a su lado arrimado a la lumbre de un vivac; Plutarco elías Calles le dictó órdenes militares. Hizo de Moscú a Pekín un recorrido de nueve días en el Transiberiano, y un ingeniero soviético le preguntó acerca de John Reed, justo al cruzar el Volga; se aburrió en Bruselas; pasó por Madrid; un caballeiro fue su amigo en Portugal. Y antes, su estancia de burócrata en la Secretaría de Hacienda, como experto en sucesiones y legados…¿Cuál de estas consejas es la auténtica? Acaso ninguna. Cada cual corresponde a personaje distinto, pero todos llevan el mismo nombre: Renato Leduc.
José Ramón Garmabella
El insigne periodista José Alvarado tuvo que regresar a la revista Siempre¡ de Pepe Pagés Llergo. Había sido Rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León y perseguido por la furibunda reacción regiomontana hasta que lo echaron y este servidor era entonces estudiante de esa gran universidad,
Alvarado sostenía que Renato Leduc, todos los días al amanecer, iniciaba una leyenda y la dejaba morir, al anochecer.
¿Quién es este enigmático personaje que nos subyuga?
Renato Leduc nació en Tlalpan, DF, el 16 de noviembre de 1897. Hijo del periodista Alberto Leduc y nieto de un francés llamado Alberto Leduc. Este cayó junto con el emperador Maximiliano, a quien fusilaron en Querétaro. Leduc iba a correr la misma suerte, pero una muchacha de la alta sociedad intercedió por él, le salvó la vida y se casaron.
El padre de Leduc tuvo una activa vida en el periodismo. El presidente Porfirio Díaz lo envió a la cárcel por burlarse de un sombrero de su esposa, Doña Carmelita Rubio de Díaz.
Era la época de la paz bucólica del porfirismo. Y el adolescente Leduc vivió los aconteceres previos a la celebración del centenario de la Independencia.
Estudió primaria en la escuela ‘José María de Bustamente’. Murió su padre en 1908. Y la familia quedó muy mal económicamente. Su tío Manuel, hermano de su madre, lo llevó a trabajar en la compañía ´Mexican Laigth of Power Company’, pero pronto un amigo de s tío le recomendó que estudiara para telegrafista, que era una profesión con mucho porvenir. Y lo llevaron a los telégrafos, donde pronto aprendió el oficio. En ese entonces, 1914, tropas de Estados Unidos habían tomado Veracruz. Un compañero de Leduc, Ramón Mendizábal, lloraba desconsoladamente. “Me ordenaron ir a Veracruz para detener a los gringos”. “No se preocupe, don Ramón…Mire, dígale usted al jefe que no va a ir y yo voy en su lugar…”. Mendizábal planteó el asunto al jefe, señor Sariol.
En ese momento me vino de pronto una frase, y le contesté con toda la firmeza de mi voz:
El señor Sariol puso de ejemplo al joven Leduc y fue así como se unió a las fuerzas del general Rubio Navarrete.
Renato Leduc no quería a Carranza. Él, como todos los muchachos de su tiempo, al grito de “Vámonos con Pancho Villa” se enrolaban en “La Bola”, como se le decía entonces a la Revolución. A Villa lo acompañó en la batalla de Celya y en la de León, donde, afirma, las fuerzas dirigidas por el general Álvaro Obregón les arrimaron una “ching…”que los hizo huir, a bordo de un tren, golpeados, hambrientos y sin más sólo lo que llevaban, primero a Aguascalientes y después a Ciudad Juárez.
Aquí, Villa y lo que quedaba de sus Dorados y de la gente que se le unió, esperaban obtener de los americanos dinero y armas. Pero los Estados Unidos habían reconocido a don Venustiano Carranza, como el nuevo líder y presidente de México. Y, claro, EU le negó dinero y armas a Villa, quien enfureció, cuenta Leduc.
Y para vengarse, Villa envió a los generalitos Pedro y Martín López, Saavedra y otros a ‘tomar’ Columbus. Villa nunca entró a Columbus. Pero esto, desató la ira de EU que envió al general Pershing a seguir a Villa.
Leduc encontró a un familiar que le dijo que dejara de pertenecer al grupo de Villa. Que se pudiera a trabajar y buscar un buen porvenir. Leduc comenzó a trabajar, conoció a una muchacha de sociedad. Se enamoró. Y como no podía ofrecerle mucho, le dijo que regresaría a México, y terminaría una carrera profesional. Y así lo hizo.
Entró a la Preparatoria Nacional y luego ingresó a la Escuela Nacional de Leyes, donde tuvo a grandes maestros. No concluyó sus estudios.
Pasaron 50 años, desde la promesa de volver con aquella muchacha d sociedad, que era rubia, de ojos azules, cabellos castaños e hija de la dueña de la casa de asistencia donde él vivía, la volvió a encontrar. En una visita a Ciudad Juárez, una señora le preguntó: “¿No es usted el señor Renato Leduc? Y agregó: ¿Y no ha ido a visitar a una amiga suya de hace muchos años que se llama María Teresa?
Leduc se comunicó con ella y luego la visitó en su casa. Le presentó a su esposo y a sus hijos, médicos en Estados Unidos. Y lo llevó a ver el objeto que adornaba un aparador: Un abanico de carey que le había regalado 50 años antes. Después, se encontraron en México. Aquella señora le dijo: “Ya no sea comunista –es acendradamente católica--, parrandero, borracho, mujeriego ni mal hablado…”.
Renato le confesó que se había casado. “Pues me da mucho gusto que te hayas casado, porque eso significa que sentaste cabeza”.
“No que va –le contesté--, mira, si me casé, fue para salvar mi honor y no pienses que soy maricón…
“Bueno ¿qué edad tiene tu mujer?
“Veinte años…”
La mujer abrió desmesuradamente los ojos y ripostó:
“¡No seas bárbaro!....¿No sabes a lo que te expones?
Le contesté con una sonrisa:
-- Sí, a que me haga apendejo…Pero, ¿sabes?, yo prefiero a una mujer bonita para dos, que a una pinche vieja fea para mi solo---
Tras la entrevista, se despidieron. Renato Leduc le dio este poema:
ASI como fui yo, así como eras tú,
en la penumbra inocua de nuestra juventud,
así quisiera ser,
más ya no puede ser.
Como ya no seremos como fuimos entonces,
cuando límpida el alma transmutaba en pecado,
el más leve placer,
Cuando el mundo y tu eran sonrosada sorpresa,
cuando hablaba yo solo dialogando contigo,
es decir, con tu sombra,
por las calles desiertas,
y la luna berm eja era dulce incentivo
para idilios de gatos, fechorias de ladrones
y soñar de poetas.
Cuando el orbe rodara sin que yo lo sintiera.
Cuando yo te adoraba sin que tu lo supieras
--aunque siempre lo sabes, aunque siempre lo sepas—
y el inverno era un tropo y eras tú primavera
y el romántico otoño corretear de hojas secas.
Tú que nunca cuidaste del rigor de los años,
ni supieste el castigo de un marchito ropaje;
tu que siempre tuviste los cabellos castaños
y la tersa epidermis, sainado follaje.
Tus cabellos castaños, tus castaños cabellos.
Por volver a besarlos con el viejo fervor,
vendería yo la ciencia que compre con dolor,
y la tela de araña que tejí con ensueños.
Así como fue yo, como eras tú,
en la inocencia tórrida de nuestra juventud,
así quisiera ser,
más ya no puede ser….
Alusión a los cabellos castaños.
De Renato Leduc hay mucho que escribir…. Fue una leyenda cada día que viviò.