Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
6 de junio, 2009
El 7 de junio de 1951, 128 directores y gerentes de diarios y revistas de la capital del país, así como 13 corresponsales extranjeros y 14 reporteros asignados a la cobertura de la información generada en la Presidencia, se reunieron con el entonces Presidente de la República, Miguel Alemán Valdez, para agradecerle el “hacer posible el ejercicio de la libertad de prensa”. En la circular-invitación que se entregó a los periodistas invitados a tan singular evento se consignó: “La prensa mexicana, integrada por todos los diarios, semanarios y revistas seros y de carácter informativo, se halla en deuda con el Presidente de la República, licenciado Miguel Alemán. Durante los cuatro años y medio transcurridos dentro de su periodo ha sido él constante y escrupuloso mantenedor de la libertad de prensa, así como de pensamiento y palabra, cosa que si es natural y propia en el jefe de un Estado que como México garantiza constitucionalmente dichas libertades no por ello ha de encomiarse menos. Se ha extremado asimismo en mostrar su respeto por las opiniones de la prensa, incluso cuando ella ha sido contraria, juzgando momentos o actos del actual gobierno. Pero, sobre todo, se ha esforzado repetidamente en dar a los periódicos mexicanos, sin distinción de ideologías, toda la ayuda indispensable para resolver los problemas que la crisis del mundo crea hoy a las empresas de México. Se ha formado una comisión provisional encargada de organizar el acto público en que la prensa seria del país exteriorice al señor presidente el reconocimiento que él merece de parte de los periódicos…”. Un año después, quedaría instituido de manera oficial el Día de la Libertad de Expresión y con el paso de los años ya no serían los editores los que ofrecían el convivio al Ejecutivo, sino que este se los ofrecía a los periodistas. La práctica luego se extendería a los gobiernos estatales y municipales y hasta hoy sigue igual. Pero lo que debería ser una fecha para reafirmar el compromiso profesional de los informadores de conducirse con la mayor objetividad e imparcialidad posible, ha derivado en una fiesta en la que de vez en cuando se suele dar lectura a inflamados discursos en los que se ofrece inmolar la vida en aras de la defensa de la libertad de expresión. Muchos de estos discursos suenan huecos, viniendo de quiénes los dicen. Quién sabe por qué será, pero una vez que pasa el 7 de junio, hay periodistas que ya no vuelven a acordarse de esa fecha y su significado, si no hasta que vuelve a celebrarse, porque les renace la esperanza de, ahora sí, llevarse uno de los regalos que se suelen rifar entre los asistentes a este convivio. La libertad de expresión, con todas las limitaciones legales y extralegales que implica, debe ejercerse con responsabilidad. No hay que confundir libertad con libertinaje. No es lo mismo opinar que ofender. Tampoco se vale mentir. Una cosa es que en determinado momento manejemos información errónea, pensando que es real, y otra cosa es mentir con conocimiento de causa. No se trata de pontificar sobre la libertad de expresión, al fin de cuentas cada quién tiene sus propios parámetros, pero sí de ser más responsables con quienes nos distinguen con su confianza y se toman un espacio de su valioso tiempo para leernos o escucharnos en la radio. Quienes tenemos el privilegio de tener un foro desde donde poder decir nuestras opiniones, tenemos que ser muy cuidadosos para manejar una verdad más cercana a lo que piensa la mayoría y cuando nuestra verdad está con la minoría, hay que esforzarnos en apuntarla con razonamientos que se puedan confirmar.