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25 de mayo, 2009

Se nos fue el maestro Eduardo Garza Rivas y con él se van buena parte de nuestras vivencias. Sería por el 72 cuando de manera casi fortuita lo conocí. Él era Rector de nuestra universidad y el de la voz iniciaba los caminos del periodismo, y debió ser cualquier mañana de verano a instancias de José Luis Treviño Manrique, secretario general de la institución. Con José Luis me unía la afición por la lectura y aquel día llegué a su oficina a obsequiarle la trilogía de Isaac Deustcher sobre la vida de Trotsky: el profeta armado, el profeta desarmado y el profeta desterrado de editorial Era que recién le había conseguido en la capital del país. Una edición difícil de obtener puesto que la personalidad del revolucionario estaba de moda y sus libros literalmente “volaban”. José Luis hojeó los libros, los colocó sobre su escritorio, agradeció y como algo premonitorio me dijo: “ven, te voy a presentar a señor Rector, te va a caer bien, es muy buen pelao y quiero que lo conozcas”. La distancia a su despacho no eran más de veinte pasos y como siempre estaba abierto “de par en par”. Ahí no había secretos ni misterios para nadie, era auténticamente una oficina pública. Garza Rivas nos recibió con una sonrisa, como recibía a todo mundo, y en acabando de firmar un documento que le entregara Carmelita su secretaria, se apersonó en la modesta sala habilitada para todo, incluso para realizar aquellas sabrosas reuniones semanales con periodistas convertidas casi siempre en interminable rosario de anécdotas y recíprocas invitaciones a comer, éstas que de ipsofacto se convertían en realidad, nada de promesas ni de citas incumplidas. En esa ocasión platicamos sobre todo de aquella universidad que crecía y despertaba enormes expectativas para Tamaulipas transcurriendo unos cuarenta minutos tras los cuales se puso de pie diciendo a Treviño Manrique: “ bueno, pues hazle su nombramiento para firmarlo porque tengo que salir a Tampico”. El primer sorprendido fui yo: -“ Oiga, ¿nombramiento de qué licenciado si apenas nos conocemos?”. -“Pues de que va a ser, de jefe de prensa, ya te subí al barco y ahora te aguantas”, respondió, al tiempo que me abrazaba. Reconozco que esta ha sido una de las experiencias más agradables a lo largo de tantos años de ejercer el periodismo. Así inició mi amistad con este hombre todo nobleza y honorabilidad a quien empiezo a extrañar y a quien me duele no volver a saludar. Ahora se que no tendré más sus palabras cariñosas ni el abrazo del viejo amigo que siempre dispensaba entre alguna inocente broma. Al maestro Garza Rivas no se le conocieron enemigos, ¡imposible que alguien como él los tuviera!. Una ocasión organizamos una comida para periodistas, por esos días otro excelente amigo, Javier Sandoval editor de “El Noticiero”, traía algún resentimiento con el Rector razón por la que de vez en cuando “lo raspaba” a pesar de mis súplicas de que no lo hiciera porque al conocerlo se daría cuenta que era injusto. Recuerdo que llegando a la reunión Lalo me dijo: “nomás siéntame al lado de Javier”. Sobra decir que de aquel convivio nació la gran amistad que por siempre profesaron Javier y Garza Rivas. Me atrevo a asegurar que con su ejemplo y don de gentes, el entonces Rector de la UAT dio vida e impulsó la vocación de algunos destacados periodistas que entonces iniciaban, como Arnoldo García y Felipe Martínez Chávez y fortaleció el oficio de otros ya laureados como Francisco Valdez y Porfirio Mata Alejo ahora desaparecidos. Así era Garza Rivas, lo que tocaba lo convertía en optimismo y esperanza…descanse en paz el amigo y maestro, y un solidario abrazo para su hermosa familia. Hasta lueguito.
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