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2 de agosto, 2009

Este lunes se reanudan actividades tanto del gobierno estatal como el municipal, luego de dos semanas de asueto. Habrá que ver cuánta gente asiste a la ceremonia de los honores a la bandera frente a la presidencia municipal. Hace una semana, solo estuvieron tres regidores y dos funcionarios, además de varias decenas de empleados de diversos departamentos, como bomberos, policía y algunos maestros. Esto nos recuerda que cuando fueron alcaldes Horacio Garza Garza y José Suárez López, nunca faltaron a ninguna de las 156 ceremonias realizadas todos los lunes de los tres años que estuvieron en la alcaldía. Aún recordamos que había lunes en que la ceremonia iniciaba uno o dos minutos antes de las ocho de la mañana y terminaba a eso de las 8.10 y cual cenicientas, Horacio y Pepe salían disparados rumbo al aeropuerto porque el avión comercial a la Ciudad de México despegaba a las 8.30. Tanto los pilotos como el personal administrativo del aeropuerto, consentían en mantener abierta la puerta, junto con la escalera móvil, para que el alcalde subiese apresurado y entonces sí despegaba el avión. En esas ocasiones, tanto Horacio como Pepe anticipadamente pedían disculpas a los reporteros por no poder atenderlos al finalizar la ceremonia de los honores porque luchaban contra el tiempo. En tiempo de navidad y de fin de año, para garantizar la presencia de funcionarios y regidores se les decía que después de la ceremonia de los honores habría un brindis, con bocadillos y que aprovecharían para dedicarse buenos deseos. Por ser fechas tan familiares, la concurrencia no era abundante, pero suficiente para darle realce a la ceremonia. Horacio era tan escrupuloso que alguna vez se molesto porque se dio cuenta que uno de sus funcionarios no entonaba el himno a Tamaulipas. Lo recriminó y en su defensa el funcionario dijo que él era de Monterrey. Mejor no le hubiera dicho nada: Horacio se molesto aún más, ordenó a otro personaje conseguir copias del himno a Tamaulipas y advirtió que quien no lo entonara en la siguiente semana sería castigado, descontándole varios días de su sueldo. Y vaya que la advertencia tenía resultados efectivos pues a nadie le gusta que le peguen en el bolsillo. Además, Horacio y Pepe tenían la costumbre de llegar muy temprano a la presidencia municipal. El primero llegaba unos minutos antes de las siete de la mañana y el segundo alrededor de las cinco y a veces hasta media hora antes. Esto les daba tiempo de sobra para bajar de su despacho a eso de las 7.55 y dirigirse a su sitio frente al asta bandera y estar dos o tres minutos antes y justo a las 8.00 horas iniciaba la ceremonia. Nunca había atrasos y se actuaba con una puntualidad inglesa. Esto los sabían funcionarios y regidores y llegaban puntuales a la cita, al menos los primeros, porque en el caso de los segundo sabían que no se les podía hacer nada en caso de ausencia, aunque por otro lado sabían que si asistían se ganaban la simpatía del alcalde que de esta forma les reconocía su civismo. La ceremonia de honores a la bandera tenía, como lo tiene hoy, el atractivo de que los ciudadanos aprovechaban la presencia del alcalde para sin protocolo, en corto, plantearle algún problema y de ser posible darle solución en ese momento.
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