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8 de julio, 2009

Don Emilio Villarreal Guerra se fue sin ver lo que tanto anheló, es decir, el retorno del PRI a Los Pinos, aunque seguramente sí alcanzó a disfrutar el triunfo tricolor del 5 de julio, como si su cansado cuerpo solo esto esperara para ausentarse. Su muerte es una penosa pérdida no solo para quienes fuimos sus amigos, sino para su partido al que perteneció por más de 60 años y al que sirvió desde la trinchera más modesta hasta los cargos más relevantes. Fue un largo y fructífero transcurrir siempre leal y en este sentido, como sucede con los buenos guerreros, el PRI le debe un homenaje porque gracias a su trabajo y a su crítica oportuna y sincera se evitaron errores y corrigieron rumbos. No se si la dirigencia estatal haya programado alguna ceremonia de cuerpo presente en el inmueble tricolor, si lo hizo que bien porque militantes de esta clase no nacen todos los días. Emilio fue un icono de la clase política, nadie como él conoció el sistema desde sus entrañas y nadie como él entendió que el PRI es un partido que representa los ideales libertarios y democráticos del pueblo mexicano. Siempre lo decía alimentado por las ideas nacionalistas defendidas y enriquecidas por una generación que lamentablemente desaparece, de ahí que le indignara la improvisación tanto de dirigentes como de candidatos en su partido. Y es que su calidad moral estaba fuera de toda duda. En ocasiones fue duro en su crítica, como cuando condenó a un ex líder tricolor por sus nexos peligrosos e igual por el abanderamiento de gentes que solo se acercaban al partido con el objetivo de saciar ambiciones personales o de grupo, “esto ya es un desmadre, me dijo en una de tantas entrevistas, ahora resulta que en el PRI también tenemos que cobijar a panistas y a cabrones que por tradición han sido enemigos de la Revolución…estamos jodidos”. Así era él, no medía su coraje cuando sentía que su partido era agredido, como tampoco medía elogios ante los triunfos partidistas que festejaba por el retorno de los buenos tiempos para el PRI. La última ocasión en que lo vi y aunque deteriorado de su salud, recreó con el mismo optimismo el avance de su partido, con una admirable jovialidad que hacía confiar llegaría en plenitud a las elecciones presidenciales donde por supuesto, auguraba el triunfo priísta: “Lo he de ver con mis propios ojos, decía, porque no es posible que nos gobiernen los que siempre han combatido a la patria”. Una vez alguien dentro del CDE del PRI propuso su expulsión, precisamente por los señalamientos sin maquillaje que solía hacer cuando sentía que las cosas no marchaban bien en su partido, esto fue lo que entonces dijo: “ este pendejo no sabe que de los que construyeron el PRI ya quedan muy pocos, y yo soy uno de ellos”. Es una pena la muerte de mi querido Emilio, quienes estuvieron a su lado a la hora de su partida dicen que se fue con una sonrisa y en silencio, como sucede con los grandes gladiadores que duermen en paz después de otra memorable victoria. Lo voy a extrañar como extraño a otros amigos que han marcado la existencia del que escribe. Seguro que a donde vaya, Emilio encontrará a Juan José Guevara, Venustiano Guerra, Lalo Garza Rivas, Pedro Zorrilla, Raúl García García y por supuesto a Chucho García Olvera, con ellos podrá seguir discutiendo sobre la vigencia del sistema político mexicano del que dicho sea, Emilio fue apasionado defensor. SUCEDE QUE El escribidor reconoce la dignidad de Germán Martínez al renunciar a la dirigencia panista después de su fracaso como líder nacional. Lo mismo debiera hacer el mentado Jesús Ortega, digo porque el crimen cometido en el PRD es más grave que lo sucedido en el PAN. Y hasta lueguito.
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