Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
1 de septiembre, 2009
Otra vez, no hay ceremonia de lectura para el informe presidencial. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, reformado el artículo 69, no lo exige. Dice simplemente que se debe entregar por escrito. Y así se hizo. Quitar la presencia física obligada del Jefe del Ejecutivo en la apertura anual del periodo ordinario de sesiones del congreso, es, sin duda, la confirmación del fin del ritual presidencialista, tan ridículo como obsoleto. En cambio hoy, el Presidente Calderón, hará su propio informe, en Los Pinos, y ante sus invitados, mil 200 nada más. Dará un mensaje. Se acabaron ya las faraónicas ceremonias del uno de septiembre en la Cámara de Diputados. Como olvidar aquellos actos que reunían alrededor del Presidente a legisladores, secretarios, gobernadores, lideres empresariales, obreros. La crema y la nata de la política mexicana se daban cita en esos súper eventos. Y lo que debió ser siempre un acto legislativo, la inauguración de un periodo de sesiones, se distorsionó para pasar a ser una exaltación de las cualidades del presidente. Un día para que la clase política le expresara su lealtad y sumisión. Era común que al pedir opiniones sobre el informe a los asistentes, estos lo calificaran como “realista” o “plagado de verdades”. Todavía se recuerdan memorables momentos en informes presidenciales. El mea culpa de Díaz Ordaz. Las lagrimas de López Portillo. Y todo era aplausos y reconocimientos. Porras y hasta pancartas de apoyo en el Congreso. Nadie se atrevía a interpelar. Eran ceremonias en las que el PRI-gobierno era el rey. Y al rey no se le molestaba. Y al término de cada informe, recorrido en carro descubierto, desde el congreso, hasta Palacio Nacional, para la salutación. Solo hasta que en el ultimo informe de gobierno de Miguel de la Madrid (septiembre de 1988), Porfirio Muñoz Ledo se atrevió a gritarle “¡Miente usted, señor Presidente!”. Y ahí cambió la historia de los informes. Los subsiguientes, con Salinas de Gortari, se convirtieron en una cena de negros. Los presidentes de la Cámara batallaban para controlar a los atrevidos legisladores que interpelaban. Diputados silbaban, otros aplaudían. Que espectáculo. Con Ernesto Zedillo, no fue la excepción. Ya había más libertad, más oposición, más mentes discordantes. Era 1997, el PRI acababa de perder por primera vez en su historia la mayoría en el congreso. El Presidente hubo de escuchar la replica a su discurso de boca de la oposición. Y con Fox fue el acabose. Si, literalmente se acabaron esos actos que dejaron de ser lo que eran. Fue realmente vergonzoso ver a un Presidente mexicano parado en la puerta del Congreso esperando que se le permitiera el ingreso, o que una comisión le recibiera el documento. Así le sucedió a Vicente Fox. Y aunque no fue informe, sino que nada menos que la toma de protesta, fue igualmente penoso ver a Felipe Calderón entrar por la puerta trasera al congreso en el 2006. Y tres años después, tampoco entrará. El jefe del Ejecutivo, no será recibido por los integrantes del Legislativo. Hay quien dice que esos actos, no tenían razón de ser. Que era la más pura manifestación del presidencialismo mexicano, y que eso ya acabó. Que hoy, es otro México. Puede ser cierto. El presidente tiene la obligación de informar. Y no tan solo a los legisladores, sino a todo el pueblo. Debe hacerlo, pero ya no en una ceremonia fastuosa. Sin embargo, ¿hay hoy algo que informar? Calderón puede presumir de ser un presidente con ciertos niveles de aceptación popular, sin duda. Pero no puede resaltar demasiados aciertos. Quedan aún muchas promesas incumplidas. Aumenta el número de muertes violentas. Crece la inseguridad. Se eleva la pobreza. Hay más desempleo. Medidas económicas equivocadas. Pretensión de elevar impuestos. ¿Hay algo nuevo que decir?