Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
21 de junio, 2011
Fernando Sampedro, estaba tirado en un camastro en un austero –muy austero- cuarto de su modesta quinta a la salida de Tampico. Apenas podía levantar su cabeza. Vestía una muy usada camiseta, que había empapado una transpiración obligada por ese calor húmedo de trópico; llevaba también, un raído pantalón, -de agotado color por los golpes del detergente-, que algún tiempo había sido parte de una lujosa pijama. Olía a medicina el ambiente.
Su compañía, eran unos perros que jadeantes aparecían de entre los majestuosos árboles de la finca a recibir a los extraños.
Se veía cansado. Me dirigí a él, preguntándole trivialidades; sobre el clima, sobre la ciudad, sobre el puerto que conoció en las diferentes etapas de su vida. Su voz era vehemente a pesar del agotamiento. Inevitablemente, su entonación filtraba un dejo de amargura; quizá por la soledad, quizá por el abandono. Temblaban sus manos, en un penoso guiño del Parkinson.
Sampedro había sido uno de los empresarios más influyentes en el sur de Tamaulipas. Desde su juventud, los años 20, haría negocios con las compañías petroleras extranjeras surtiéndolas de refacciones y de otros insumos de la zona.
“Me pagaban en pesos de oro”, me dijo orgulloso.
Nunca fue político. Pero fue lanzado a la política por su actividad de socialité y algunas veces altruista en la zona. En los 70, los empresarios tampiqueños le recomendaron diputar la alcaldía de Tampico al PRI. Por razones diversas, sólo un partido le abrió sus puertas: el Partido Popular Socialista (PPS). Propinó al PRI, la primer derrota contundente en la historia electoral tamaulipeca.
No gobernó mal.
Me comentó cómo lo trataron los empresarios y cómo los trató él. Me narró sus peripecias en la administración pública. Me participó de una y mil anécdotas de su vida empresarial y política.
-¿Y que me puede decir de La Quina?..-, pregunté.
Fue un mazazo al hígado. Joaquín Hernández Galicia se había caracterizado por ser uno de sus más acérrimos enemigos políticos. El líder petrolero, era en el puerto un personaje temido, respetado, pero también despreciado por los capitanes de empresa jaibos que personificaron en él al adversario incómodo.
Se medio incorporó. Rostro enrojecido, -ya por la ira, ya por el recuerdo, ya por la hiel derramada de tanto roce con el hombre fuerte del sindicato petrolero…- espetó:
-¡Es un ladrón!-
Me sorprendió. Realmente me sorprendió. Siempre pensé que el odio sedimenta con el tiempo; que se aligera con lo años. Nunca he podido definir la delgada barrera, que dividió el odio del desprecio en aquel encuentro.
Con el rostro sanguíneo, como si le hubieran dado una bofetada, me contó con la voz rasposa, áspera:
“La Quina es un ladrón. Él y sus amigos son unos ladrones. A muchos los conocí modestos, pobres y acabaron millonarios saqueando a la empresa…”
-¿Cómo quiénes?-, lo interrumpí.
“Como Sergio Bolaños. Lo conocí vendiendo raspas y elotes en un carrito en la plaza de Ciudad Madero”, aseguró.
Años después de la charla Sampedro murió.
Dos años más tarde, dimensioné sus testimonios. En el diario nacional El Financiero, leí una información que me explicó, la tesitura moral de La Quina y sus amigos. En una nota de mediana importancia, el rotativo daba una noticia de gran relevancia económica para el sur de Tamaulipas:
“El Grupo Serbo (Sergio Bolaños) invertirá en el Puerto de Altamira 22 mil millones de dólares –¡Sí: 22 mil millones de dólares!- en un complejo petroquímico”.