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Mexicanos desconfiados

Raúl HERNANDEZ

4 de diciembre, 2014

La encuestadora Parametría realizó en el 2012, un estudio para medir el grado de confiabilidad de las instituciones.

La encuesta  es interesante, así se haya hecho hace dos años y es posible que si los  datos se actualizan, se queden  cortos.

De acuerdo con el estudio, la  institución  que menos  confianza inspira a los mexicanos, son los partidos políticos, con apenas un 32 por ciento; le sigue la policía municipal, con un 38; los jueces, con 46; los gobiernos municipales, con 46; le prensa, con 51:  los noticieros de televisión, con 55; los noticieros de radio, con 57; la presidencia de la república, con 63; el Instituto Nacional Electoral, con 64; la iglesia, con 68; los maestros, con 71; el ejército, con 75; y la institución que más confianza inspira a los mexicanos, es la marina, con un 79.

Históricamente, los mexicanos han sido desconfiados de las instituciones y las profesiones.

Si en el siglo 19, los curas eran idolatrados, eso es parte del pasado. Igual pasa con la prensa: en el siglo 19, eran sinónimo de  admiración y de reconocimiento público. Personajes como Filomeno Mata, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto,  Ricardo Flores Magón, a fines del siglo 19 y principios del 20, eran catalogados como apóstoles de la libertad de expresión  y de la democracia. Pero a partir de 1968, cuando el grito de “prensa vendida”, sonó en las calles de México, la imagen de la prensa y los periodistas ha ido en declive.

En el caso de los partidos políticos, hasta antes de 1988, en México no había  partido  más  fuerte que el PRI, con sus satélites como el PPS, el PARM, el PFCRN y  otros más y como hasta entonces, ni el PAN ni  la izquierda representaban una competencia real, para los ciudadanos  esos dos partidos eran sinónimo de  opositores reales, de partidos bien intencionados y había  la  creencia de que si ellos llegaban al poder podrían generar cambios  positivos en todos  los  rubros de la vida  nacional.

Pero cuando los partidos opositores empezaron  a ganar  gubernaturas y alcaldías,  los ciudadanos se dieron cuenta que resolver los problemas  de  los municipios, los estados y del país, no eran cosa de cambiar de partido. El PAN gobernó al país 12 años, y los ciudadanos no experimentaron los cambios espectaculares que los panistas ofertaron. Eso provocó desencanto y alentó la desconfianza de los ciudadanos en  los partidos. Por eso  los índices de votación se han  reducido de un 77 por ciento en 1994, a niveles que  hoy escasamente superan los 50 puntos en elecciones presidenciales, en tanto que en elecciones locales,  la participación  ronda entre los 30 y los 40 puntos.

El ciudadano ha perdido confianza en los partidos. En todos. En unos más que otros, pero nadie se salva.

Los partidos tienen que reinventarse y  revisar sus propias estrategias para  ganarse la confianza de  militantes, simpatizantes  y ciudadanos en  general. Son ellos los que deben determinar los mecanismos para  que los ciudadanos vuelvan   a creerles y en la medida que lo  haga, podremos  ver procesos electorales con mejores índices de participación.

 

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