16 de junio, 2012
A pocos días de que terminen las campañas, los mexicanos hemos sido testigos de un proceso electoral atípico.
Primero hubo pre-campañas en las que los pre-candidatos hicieron proselitismo solo entre sus militantes; luego se dio una veda electoral del 16 de febrero al 29 de marzo; finalmente vinieron las campañas, con un montón de reglas que nadie termina de entender y durante las cuales se impuso una veda a los tres niveles de gobierno para no promocionar sus obras ni programas sociales.
Las campañas trajeron consigo reglas absurdas, criticadas por todos los partidos, pero aprobadas por ellos, en el 2007. Fueron reglas con las que se buscaba dar transparencia al proceso, pero en vez de eso lo enturbiaron.
El Instituto Federal Electoral llega a este proceso con la peor imagen desde su reciente formación. El ciudadano común no cree en el IFE y es una lástima, con tanto dinero que se invierte para clarificar cada fase del proceso electoral, pero además con más fases ciudadanizadas.
Los topes de gastos de campaña se redujeron buscando borrar la imagen de que hay dispendio. Si en el 2006 el tope de gastos fue de 651 millones, seis años después, el tope se fijo en 328 millones, pero salvo el IFE, nadie cree que el tope haya sido respetado por los principales partidos. Los partidos se acusan unos a otros de haber violentado los topes y piden al IFE intervenir, pero este persiste en esa vieja consigna del aparato judicial: quiere que le entreguen pruebas y la confesión de los responsables.
Pero además, con las nuevas reglas y con la prohibición de que partidos y particulares puedan contratar espacios en los medios electrónicos, todos los partidos concentraron sus espacios mediáticos en sus candidatos presidenciales.
En la televisión y en la radio no hubo ni ha habido más candidatos que Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri. No se vieron las campañas ni de los que quieren ser senadores ni los que quieren ser diputados federales. Hoy, más que nunca, las candidaturas de senadores y diputados van enlazadas a las del candidato presidencial.
El nuevo estilo de hacer campañas no se lució en las calles. El entusiasmo de las campañas lo vivieron militantes y simpatizantes de los partidos, más no así los apartidistas y los abstencionistas, que son mayoría.
Hoy la gran incógnita sigue siendo el porcentaje de participación ciudadana que se logre en las elecciones.
Antes de 1988, las elecciones no se hacían para competir, sino para que el PRI pudiera legitimarse. José López Portillo fue candidato único en 1982 y de todos modos recorrió todos los municipios del país.
Cuando se calló y cayó el sistema, en 1988, las elecciones empezaron a ser competidas, alcanzando su más alto nivel en 1994 con un 77.76; en el 2000 bajo a 63.97; y en el 2006 dio otro bajón, a 58.55.
Hoy es imposible establecer un promedio probable de participación, con un proceso electoral tan atípico.