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El hambre provoca migraciones

Raúl HERNANDEZ

17 de febrero, 2017

Después de la Gran Depresión de 1929, con millones de  empresarios  en quiebra, con millones  desempleados, bajo la  presidencia de Herbert Hoover, más de un millón de mexicanos y mexicano-estadounidenses, fueron  deportados de los Estados Unidos. Más del 60 por ciento tenían sus papeles en regla y ni eso impidió que fuesen obligados a irse del país.

George Clements, representante de la Cámara de Comercio de Los Ángeles, California,  sugería que no se diera trabajo a  un mexicano, mientras hubiese  hombres blancos desempleados.

Eran tiempos en que las fronteras eran  casi imaginarias, no había  restricciones para cruzar  al vecino país. Los Estados Unidos priorizó a sus conciudadanos  frente a los inmigrantes y a las autoridades no les importó  violar las leyes.

Se hacían redadas en las que cualquier persona con rasgos de ser mexicano,  era detenida y expulsada, incluyendo jóvenes nacidos  en Estados Unidos, pero de padres de origen mexicano. Todo esto en aras de proteger a los estadounidenses,  de la crisis del 29.

Veinticinco años después, en 1954, el Presidente Dwight Eisenhower ordenó la expulsión de indocumentados. Se  hacían redadas en poblaciones con alta concentración de mexicanos, como Los Angeles y Chicago, los indocumentados eran detenidos, transportados en  camiones  como si fuesen reses y luego expulsados. En un año  varios cientos de  miles  fueron deportados, pero no hay números concretos,  pues van desde los 200 mil a un millón.

Con Bill Clinton, con  George Bush, con  Obama, las  deportaciones nunca se frenaron, aunque han estado bajando.

Con Bill Clinton, fueron deportados 1.5 millones de inmigrantes por año, en el lapso de 1993 a 2001; con George Bush, de 2001 a 2009, se expulsó a 1.3, millones por año; y con Barack Obama, un promedio de 800 mil por año.

Las deportaciones se han dado toda la vida y van a seguir así, con o sin anuncio del Presidente de los Estados Unidos en turno.

Y le guste o no al Presidente en turno,  cada año millones de inmigrantes  de México, y de todas partes del mundo, seguirán intentando internarse ilegalmente al vecino país. No importa que los  detengan y expulsen, una y 10 o 50  veces.

El endurecimiento de la seguridad, o en este caso las bufonadas del señor Donald Trump, lo que provocan es encarecer el costo de cruzar al vecino país, pues aunque haya partes del río donde el agua apenas llega al tobillo, todo inmigrante sabe que si quiere pasar debe pagar el derecho de piso a bandas criminales. En estos momentos ese derecho de piso anda en tres mil dólares, cuando  hace medio año andaba a la mitad.

Mientras las condiciones económicas en México no mejoren para los más pobres, estos seguirán yéndose al vecino país, en busca de las oportunidades que aquí no se les ofrecen.

Nadie se va de indocumentado por  gusto. El hambre es canija y mientras estos mexicanos sigan padeciendo hambre, seguirán emigrando, por más que los amenacen don  deportarlos, como se viene haciendo desde  toda la vida.

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