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Corrupción parte de nuestra idiosincracia

Raúl HERNANDEZ

21 de octubre, 2016

En los tiempos del segundo trienio de Horacio Garza Garza – 1999-2001—se puso en marcha una campaña para combatir la corrupción, bajo el slogan “Di no a la mordida” y como emblema un gusano saliendo de una manzana.

Se mandaron hacer calcas de la campaña y se distribuyeron generosamente entre la población.   La campaña fue una propuesta impulsada por los cuatro regidores del PAN: Jorge Figueroa, Eliseo Raúl Huerta, Jorge Ramírez Rubio y Ernesto Ferrara. Este último fue el principal promotor de la campaña y se logró el respaldo del resto del cabildo.

Por esos días, en plena sesión de cabildo, Ferrara se quejó de que los resultados de la campaña avanzaban lentamente, porque seguía prevaleciendo la cultura de la mordida. De su cartera sacó un billete de 20 dólares, lo arrojó a la mesa y dijo que con eso bastaba para  comprar conciencias. Más tardó el billete en llegar a la mesa, en lo que el regidor del PRD, Víctor Martell tiraba un manotazo para apoderarse del dinero y ya no lo soltó. ¡Matanga dijo la changa!

Fue una campaña atractiva, pero insuficiente en un país en el que la corrupción data de antes de la época  hispánica y pareciera que estamos condenados no a padecer 100 años de corrupción, sino varios milenios.

A principios de los años veintes del siglo pasado, cuando el escritor español Vicente Blasco Ibáñez visitó México y se entrevistó con el general Alvaro Obregón quedó encantado con la anécdota que le platicó el propio militar, sobre el brazo que perdió en una batalla.

Después de  haberlo curado, los soldados  buscaban el brazo amputado de Obregón. Exploraron todas las áreas y nada. Entonces Obregón dijo que tenía un método infalible para hacer aparecer el brazo. Pidió un azteca, una moneda de oro, la levantó sobre su cabeza y en ese momento del suelo salió una especie de pájaro de cinco alas.  Era la mano extraviada  que al sentir la cercanía de  la moneda salió impulsada como por un resorte.

La cultura de la corrupción está enraizada en nuestra historia, en nuestra idiosincrasia.  Por eso nadie cree las batallas moralizadoras que han emprendido el PRI y el PAN usando como pretexto a Javier Duarte y a Guillermo Padrés. Se dice que la PGR los busca para arrestarlos, lo que el caso de Duarte es mentira, pues tiene fuero constitucional que se termina el 30 de noviembre. Si hoy lo detiene un  humilde velador de barrio tendría que dejarlo libre  cuanto antes, pues está protegido por la ley y eso  bien que lo saben la PGR y el gobierno, pero nada aclaran en su intento de  convencernos de que la lucha moralizadora es en serio.

Y en el caso de Padrés, el Presidente del PAN Ricardo Anaya, se entrevistó con él horas antes de que se obsequiara la orden de aprehensión en su contra. Pero además, su fortuna, incluyendo sus 21 ranchos y sus 464 caballos pura sangre, no ha sido tocada. Así, ¿qué más da que lo tachen de ratero, mientras no se le toquen sus bienes?

En Nuevo León, Jaime Rodríguez  hizo creer que en los primeros días de su gobierno metería a la cárcel a Rodrigo Medina, pero ya paso un año y lo único que hace es buscar pretextos para  justificar sus muchas promesas de campaña incumplidas.

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