20 de julio, 2016
El señor Donald Trump ya es candidato del Partido Republicano y eso provoca escalofríos entre muchos mexicanos, tanto de nuestro país, como residentes en los Estados Unidos. No lo quieren por racista y anti-mexicano. Lo ven como una copia de Adolfo Hitler a quien, en su momento, ni Inglaterra, ni Francia, ni Estados Unidos, ni el Papa Pío XII quiso ver de lo que era capaz, hasta que invadió Polonia, seis años después de su toma de poder, cuando el mal ya estaba hecho.
Cuando Trump empezó a promover sus aspiraciones había casi dos decenas de aspirantes republicanos, desde Jeff Bush, hijo de un ex presidente, hermano de otro ex presidente; Rick Perry, ex gobernador de Texas; el senador Marco Rubio; varios gobernadores en activo. Y a todos los derrotó el multimillonario, poseedor de una fortuna de más de 9 mil 200 millones de dólares.
Hace un año, el 23 de julio de 2015, Trump visitó Laredo, Texas, en su propio avión, un jet 757. El recibimiento que le dieron fue entre frío y caliente. Ahí estuvo el Mayor Pete Sáenz y oficiales de diversas corporaciones. Varias docenas de curiosos fueron al aeropuerto para verlo, aunque fuese de lejos.
Su presencia gusto a unos y a otros no.
Trump se promueve como un candidato rebelde, que va en contra de lo tradicional, que no oculta lo que piensa y eso le gusta a la gente, en Estados Unidos y en cualquier parte del mundo.
Si gana será una decisión de los estadounidenses, no de los mexicanos que vivimos en México, de la misma manera que en México hemos elegido a José López Portillo, a Vicente Fox, Felipe Calderón, a Peña Nieto. Nos hemos equivocado nosotros, no los estadounidenses.
Hay cosas que Trump dice que hará si llega a la presidencia de los Estados Unidos, pero que en realidad las leyes se lo impiden, como eliminar el tratado de libre comercio con México, expulsar del país a 11 millones de inmigrantes, construir un muro de 1,600 kilómetros entre México y Estados Unidos, a un costo de 13 mil millones de dólares, reducir impuestos a la clase media y exentar a los más pobres, cambiar las reglas comerciales con China, prohibir las remesas que los mexicanos envían a sus familiares en México y un largo etcétera.
Hay que entender que de ganar la presidencia, Trump tendría que gobernador junto con los poderes legislativo y judicial, que lo obligarían a sujetarse a lo que establecen las leyes. En Estados Unidos si funciona la división de poderes, si funciona la democracia. No podría hacer todo lo que quiere. Antes tendría que convencer a senadores, diputados, a los jueces, a los gobernadores, a los oficiales, a los ciudadanos, aunque es obvio que si gana, tendrá el respaldo de millones de estadounidenses que comparten algunas de sus ideas, que hoy nos parecen locas, pero igual las respaldan la mayoría.
Con todo lo negativo que pueda ser el señor Trump, si fuese electo Presidente de los Estados Unidos obligaría a México a ponerse las pilas y a no ser tan dependiente de nuestro vecino del norte.