10 de abril, 2015
Todos los gobernantes tienen su propio estilo para atender los reclamos y protestas de los ciudadanos.
Cuando Arturo Cortés era alcalde, una vez se tragó su enojo ante las protestas de un grupo de colonos que dirigía Jesús González Bastién, quien le dijo “que usted presta oídos sordos a los reclamos del pueblo”.
Público era el hecho de que Cortés Villada usaba un aparato para oír mejor. El entonces alcalde, guardo la compostura y días después empezó a dar respuesta a las demandas.
Horacio Garza nunca rehuía las protestas. Si los quejosos eran unos pocos, los recibía en su oficina; si eran muchos, en la sala de cabildo; y si esta era insuficiente, los atendía en los jardines de la presidencia municipal.
Ya hemos contado la anécdota de que cuando Arturo de la Garza era gerente de Comapa, un grupo de furiosos vecinos fueron a quejarse de que no había agua en ciertas colonias.
Los vecinos se instalaron afuera de las oficinas de la gerencia y empezaron a gritar consignas en contra de De la Garza, algunas eran insultos. El bajo a atenderlos y varios vecinos hablaron, gritaron al mismo tiempo, de tal forma que no se les entendía. El funcionario les pidió que se calmaran, les pregunto que sí tenían prisa y les aclaró que él no, por lo que podían hablar en paz.
Alguna mujer insistió en denostarlo y el dijo que así como el había bajado a atenderlas con respeto, pedía el mismo trato. Al final, los vecinos terminaron aplaudiéndolo y le dedicaron varias “!Viva!”.
Durante su mandato, Benjamín Galván acudió al puente II para dialogar con un grupo de personas que bloqueaban el acceso al cruce internacional, para pedirles que se retiraran, aunque no lo logró.
Todo esto viene a colación, porque en el gobierno municipal se instituyó un protocolo mediante el cual no se puede atender a ningún grupo de más de 10 personas que pretendan entrar al recinto.
El año pasado, estudiantes del Cobat 23 pretendieron entrar y no los dejó el Director de Gobierno, Roberto García Capistrán. Uno de los estudiantes pidió una explicación de por qué se les negaba el acceso y Capistrán, palabras más, palabras menos, le respondió: “Es por seguridad, como sé si tú no traes una pistola debajo de la camisa”.
Era un día de intenso calor. Minutos después, los estudiantes, varias decenas, se cooperaron para comprar un botella de cinco litros de agua, consiguieron un vaso de unicel y mientras uno lo llenaba, los muchachos pasaban a darle pequeños tragos pues un vaso servía para dos o tres jóvenes. Pronto la botella se acabo, muchos se quedaron con sed, pues el agua se termino, pero también las monedas. Ya no pudieron comprar otra botella de agua, pero en su maldad Roberto García Capistrán seguía convencido de que esos jóvenes que batallaron para reunir 12 o 15 pesos, el dinero les sobrara para comprar una arma.
Cada vez que un grupo de decenas de personas asiste a la presidencia municipal, las puertas del edificio se cierran con llave y nadie atiende a los quejosos. Los dejan afuera, hasta que se cansan y se retiran.
Ese es el gobierno del cambio.